Las expectativas estaban sobre Kenneth Branagh, y el tiempo histórico y la ciudad. Quizás por eso, Belfast parece esquivarle el bulto a algunas premisas que nunca aparecieron. Es que cuenta una historia de una historia. Una pequeñez con ramificaciones poderosas, pero que se queda ahí, en lo niño. Una decisión que le da la chance de ser políticamente neutra y narrativamente tierna y superficial. Y sobre eso, contar una historia que conmueve.

Son unos meses en la Belfast convulsionada por la historia de finales de los sesenta. La tensión política y religiosa -o sea, política- enrarece el barrio donde crece Buddy, encarnado por Jude Hill, quien pondrá su subjetividad para construir el universo de la película. En esta otra decisión se hace fuerte la peli: la ternura e inocencia del personaje justifican los ángulos políticos un poco sonsos, pero nítidamente presentes, convertidos en un afuera. En un afuera tanto de Buddy, como del conflicto en sí: el límite.

Dos menciones especiales

El reparto y la fotografía son los pilares de Belfast. Incluso más allá de todo lo otro. Dentro del reparto, la bella Caitriona Balfe compone una madre redonda y angustiada. Y ni una palabra que decir de el tándem Judi Dench – Ciarán Hinds, que son el corazón emotivo de todo. La fotografía es exquisita. Una profundidad de grises y una iluminación dignas de premio. Y un ojo, no de cineasta, de fotógrafo. Cada encuadre es una fotografía.