La cocina como metáfora
Si bien Boiling Point es, en tiempo real y en una sola larga toma, un día particular en las entrañas laborales de un restaurante londinense, también es una metáfora de cualquier otro ámbito de trabajo. Es decir, cualquier persona en relación de dependencia laboral podría tranquilamente identificarse con esta hora y media tensa en un mal día en el trabajo.

Se dice por ahí que Philip Barantini trabajó muchos años en la cocina de un rastaurante. De hecho, como germen de Boiling Point ya había filmado un cortometraje que lo anuncia, en guion y en técnica fílmica, que valdría la pena ver después.
Punto de ebullición

En síntesis, la película va de las primeras horas de trabajo en el restaurant que maneja Andy Jones (Stephen Graham), en colaboración con Carly (Vinette Robinson -de impresionante actuación-) durante el día más concurrido del año. Ni es cualquier día para Jones, que está pasando por una crisis personal, ni para el restaurante que recibe a un inspector de bromatología, ni para el resto de los trabajadores que están descontentos por las condiciones laborales.

En el centro de todas las tensiones, a las que se suman las provocadas por la rutina de trabajo, las rispideces con clientes y algunas otras sorpresas, está Jones. Él es el ancla de la película, que pivotea magistralmente acompañando al resto de los trabajadores en una coreografía cinematográfica con funcionamiento de reloj.
Técnicamente
Un ejercicio cinematográfico y actoral que devino obra. Eso, desde lo técnico, parece mostrar Boiling Point, que suma a su precisión guionística y de dirección a enormes actores y actuaciones. Graham es el director de orquesta, pero Vinette Robinson tiene el mejor solo de la película. Es decir, Barantini se da el lujo de hacer una obra desde el punto de vista de los trabajadores, es decir, que cualquiera de nosotros se puede identificar y rozar críticas profundas a las relaciones de producción capitalistas y hasta la xenofobia en una hora y media de un cine digno de recomendación.