Desde la inolvidable “Los Puentes de Madison” o, en otro sentido narrativo “Relaciones Peligrosas” (con un guión adaptado de la novela epistolar del siglo XVIII “Las amistades peligrosas”, del francés Pierre Choderlos de Laclos, dirigida por el magnífico Stephen Frears y con un elenco de lujo, encabezado por Glenn Close, John Malkovich y Michelle Pfeiffer entre otros) y otras decenas de películas, la relación entre el género epistolar (libros o guiones construidos sobre la base de intercambios de cartas, o de e-mails, en su versión agiornada, como “Tienes un e-mail”), evidentemente funciona muy bien y todavía genera historias interesantes que, por alguna razón, siempre están relacionadas con la trama romántica.
En este caso se trata de “El verano que vivimos” dirigida por Carlos Sedes (“Fariña”) se proyecta en el segundo día de la 68ª edición del Festival de San Sebastián dentro de la sección Gala Benéfica y el dinero que se recaude será destinado a “DYA Gipuzkoa”, una asociación sin ánimo de lucro destinada a la asistencia, prevención, salud y bienestar de las personas.
Dos tiempos para el amor

“El verano en que vivimos” está ambientada en dos períodos de tiempo, y narra dos historias conectadas con 40 años de diferencia. Isabel (Blanca Suárez), una joven periodista, comienza sus prácticas en un pequeño diario de un pequeño pueblo de Galicia. Allí descubre unas misteriosas esquelas que llegan al periódico siempre en la misma fecha, sin firma y dedicadas a una mujer: Lucía. A partir de esas cartas se reconstruye la historia de un triángulo amoroso: ambientado en las viñas de Jerez en el verano de 1958. Blanca Suárez es el eje del largometraje y Javier Rey (“Orígenes secretos”) -en el papel de Gonzalo- y Pablo Molinero (“La peste”) -en el de Hernán- son los dos otros personajes que construyen el arco narrativo en el tiempo presente. Como en un espejo, mientras se desvela el misterio del triángulo amoroso del pasado, se construye otro en el presente.
El uso subjetivo de la cámara acompaña la mirada de los personajes, que se van descubriendo mutuamente a la vez que descubren también su mutua atracción.
Aquellos amores imposibles

Parece ser que en su mayoría, tanto las novelas epistolares como las películas basadas en ellas o los guiones que también se apoyan en el género, tienen como destino inevitable la imposibilidad de la concreción del vínculo amoroso.
“El verano que vivimos” será, entonces, del agrado de aquellos que disfrutan con romances imposibles, tal como las películas que mencionamos al inicio de la nota. La película es, al fin de cuentas, una historia sobre los recuerdos y también cómo el amor logra superar algo tan inquebrantable como el tiempo.