Olas de novedades y de expectativas inundan las redes y los portales de cine y series. Las grandes cadenas de streaming y las superproductoras se disputan el mercado. Y nosotros replicamos. Pero, como siempre sucede, eso no es todo. En otros ámbitos de la producción audiovisual también pasan cosas.
Ayer, en Argentna, se estrenó “Matar al dragón”, de Jimena Monteoliva.
¿Por qué es importante hablar de “Matar al dragón”?
Cine argentino
Todos los jueves, como ya contamos en un post anterior, en Argentina se estrenan dos películas. A pesar de la pandemia, a pesar de que las salas de proyección permanezcan en cuarentena. Mientras el mundo se debate -el audiovisual- entre los próximos modos de exhibir, el cine argentino tomó una tempranísima decisión: estrenar vía streaming y a través de su propio canal de aire -gratuito y con llegada a todo el país- todo lo que estaba en agenda. Sin polémica. Al menos sin polémica pública.
La película

Así, este jueves nos encontramos con una extraña película para lo que nos tiene acostumbrados nuestro cine. Matar al dragón queda en un límite sutil entre el thriller de terror suave y lo fantástico. Con algo -no sé bien qué- de El laberinto del Fauno, con una notable fotografía que colabora con un gran trabajo de maquillaje y escenografía, se construye una historia apoyada en una leyenda lugareña, la leyenda de “La Hilandera”, que se presenta en el comienzo del film en forma de animación, introduciéndonos con su estética en el clima de lo que se viene.
Facundo (Guillermo Pfening) se reencuentra con Elena (Justina Bustos), desaparecida desde niña, en el centro hospitalario del pueblo en el que trabaja. Un pueblo fuera del tiempo, temeroso de la leyenda que narra que La Hilandera secuestra a las niñas para siempre y de un virus que extrañamente está asociado al mito.
La historia se centra en el reencuentro y en la inclusión de Elena en la familia de Facundo. Pero la irrupución de Tarugo (Luis Machín), personaje del submundo que convive con el del pueblo, rompe la simetría.

Con un guión sólido y buenas actuaciones -y la magia de Luis Machín-, con un maquillaje sorprendente y sutil y una escenografía extraña que resuelve la distancia entre las dos dimensiones del relato, Matar al dragón sorprende con la solidez en un género difícil para el cine argentino.
Un verdadero gusto ver una película que con un presupuesto pequeño, en una industria reducida como la nuestra, puede dejarnos expectantes hasta el final sin tropezar con dificultades técnicas ni de ningún otro estilo.
Se puede ver hasta la semana que viene por cine.ar y, el sábado a las 22hs (hora argentina), por CineAr TV, por la televisión digital abierta.
No todo es mainstream. Hay otra cosa que ver.