Hace unos meses, tal vez un año, en grandes medios de comunicación se publicó que, un poco artesanal y trabajosamente, se podía acceder a todo el catálogo de Netflix. No todo junto, sino categoría por categoría. Apenas leí la nota en un diario, pensé en alguien, trabajador o trabajadora, dejando filtrar tal información que, creía yo, atentaba contra la lógica del gigantesco sitio de contenidos y de creación de perfiles de datos personales. Un análisis evidentemente equivocado. Es más, debió haber sido una estrategia para recavar aún mejores y más precisas búsquedas y así afinar su supuesta “enorme capacidad de adivinar lo que queremos ver”. O, dicho de otro modo, de construir nuestro nuevo gusto y meter en él los productos que fabrica en la nueva industria cinematográfica que, prácticamente, monopoliza junto a dos o tres otras compañías. Mientras, a la par, fabrica y vende esa subjetividad en forma de cómputos de datos personales.

Resulta entonces que, ahora, en algunas aplicaciones, a modo de prueba -dicen- están ubicando un simpático botoncito que, según la versión, dice “shuffle”, “play something”, “reproducción aleatoria”, “ver cualquier cosa”. No sé si esta última expresión realmente aparece en alguna forma de la prueba, pero me pareció bastante adecuada a la circunstancia. Una nueva función que iría, click tras click, reproduciendo lo que quiera. No el espectador, claro.
La misma grieta
Quienes atravesamos la bisagra entre lo analógico y lo virtual del acceso a la información y a las producciones culturales, sabemos del rol de la piratería, del enorme y amoroso trabajo de anónimos incansables que nos hacían llegar, cada vez más y de mejor modo, cosas que pocos años antes hubiera sido imposible. Fueron y son perseguidos y perseguidas desde entonces: antes por aquellos magnates de la comunicación y la producción de contenidos. Hoy, por los mismos, pero con otros nombres.
Sentarse a esperar
Netflix es el modo, en síntesis, de la victoria de un puñado de grandes capitales sobre aquel originario puñado de conocedores que creían que todos debían acceder a cada expresión artística existente. Netflix transformó aquello –agregando un módico precio– en lucro.

Aquella época fue una de búsqueda. Ésta, una de ver cualquier cosa. Aquella, una en la que buscábamos lo que queríamos. Ésta, la de sentarse a esperar a ver qué tiene que decir el que manda. La transformación de la gran red que todo lo tiene en una nueva expresión del poder.