El sol de la física cuántica
Seguramente, la primera pregunta lleva tantos años en nuestra cultura como la cultura misma. De diferentes modos, el conocimiento y la mística fueron respondiéndola, cambiando nuestra mirada sobre el astro, dándole diferentes significancias físicas y espirituales. Pero empecemos por el final.

Hace poco, en tiempos humanos, apenas cien años, con el gran Albert Einstein como estandarte simbólico, la física -y el discurso científico en general- se plegó a un movimiento único en la cultura: todos los grandes discursos occidentales se comenzaban a poner en cuestión, desde los cánones literarios, plásticos y musicales, pasando por los discursos médicos y la emergencia de nuevas ciencias humanísticas, hasta la matemática, con la conversión final de la alquimia en química como coagulante de la más completa teoría sobre las cosas: la mecánica cuántica.
La joven física de partículas, a fuerza de evidencias y de construcciones teóricas estrafalarias y desafiantes del sentido común, por fin abría el camino del conocimiento hacia una manera nueva de observar lo profundo: las pequeñísimas cosas de las que están hechas todas las cosas. Entre ellas, el sol.
La cadena protón-protón y la fuerza fuerte de lo posible
Durante la primera mitad del siglo XX la mecánica cuántica redefinió el modelo de las partículas existentes en la naturaleza y sus comportamientos. Hans Bethe teorizó en la década del 50 cómo sería la mecánica del brillo del sol. Propuso que, si en el núcleo del sol abunda el hidrógeno (átomo con un único protón y un único electrón) debido a la altísima temperatura y velocidad de las partículas, la sustancia estaría en estado plasmático: esto es, sus protones separados de sus electrones en una especie de sopa.

Sucedería entonces que los protones sueltos y tintineantes tendrían la suficiente energía (energía cinética, temperatura) como para, al acercarse unos a otros, poder vencer la fuerza de repulsión eléctrica debida a sus cargas positivas y dejarse influir por la recientemente -en aquel entonces- teorizada “fuerza fuerte”, que generaría una atracción entre ellos uniéndolos en un nuevo núcleo y, a la vez, liberando un neutrino y un positrón, dos partículas también recientemente teorizadas, convirtiéndose uno de los protones en neutrón.
El nuevo conjunto protón-neutrón es un núcleo de Deuterio, isótopo del Hidrógeno, que sería colisionado por otro protón que viene volando, se les une venciendo la repulsión, llegando a la fuerza fuerte y liberando un fotón Gamma (luz). Queda entonces un núcleo de un isótopo de Helio, el Helio3, que chocaría con otro Helio3, liberando en la colisión dos protones y quedando un núcleo de Helio hecho y derecho, producto final de la reacción termonuclear.
Esta reacción estaría sucediendo velocísimamente y convirtiendo toneladas de Hidrógeno en Helio en minutos. Y el conjunto de las radiaciones Gamma que se liberan en el proceso, sería el brillo completo de la estrella. A principio de este siglo, se detectaron por primera vez en la tierra, las lluvias de Neutrinos Solares, otro de los productos de la fusión teorizada por Bethe.
ITER – El sol en la tierra

Entonces, ¿por qué no construir un sol en la tierra que produzca la energía necesaria para abastecer más aún a la humanidad que lo que pueden las tradicionales fuentes y tecnologías?
Bueno, en eso estamos. Desde que Bethe (y todo un equipo que trabajaba con él y gracias al enorme y controversial y magnífico trabajo de miles de contemporáneos) compuso la teoría, la ingeniería se puso a trabajar en ese sentido. Ígor Tam y Andréi Sájarov desarrollaron Tokamak, un reactor que teóricamente podría recrear las condiciones para que el plasma de hidrógeno (que se puede producir hace varios años aquí, en la tierra) llegue a producir la fusión que se produce en el sol. Es decir: un sol en la tierra. Un solcito.

De cariño le decimos “reactor termonuclear”, un concepto que hasta ahora permanecía para el lenguaje de la ciencia ficción. Sin embargo, un proyecto internacional ya construyó, desde 2007, en Francia, el más grande reactor termonuclear que ya está dando algunos buenos resultados. ITER es el nombre del proyecto y busca, entre otras cosas, producir energía limpia y segura de modo de poder multiplicar por muchísimas veces la producción actual lograda a través de las fuentes convencionales.
El sol como pensamiento
Mirar el sol. Pensar el sol. Saber física. Estudiar matemática. Fantasear. Leer ciencia ficción. Saber que el conocimiento es múltiple y puede interrelacionarse con otras formas del pensamiento, evitar la idea de que la ciencia es una deidad y traerla al barro de las cosas, entender que su discurso está entramado con el poder y que, a pesar de eso se puede ramificar hacia formas de lo humanístico.
Es simple: acá, en la humanidad, no nos queda otra cosa que construir el mundo. Entonces vaya usted y, con los recaudos necesarios, mire el sol, sepa que hay muchos y muchas que lo miraron y lo miran y lo piensan con las ganas de asombrarse y de construir una forma mejor para este mundo. Un pequeño sol en la tierra. Una belleza más de la imaginación humana.