Uno no puede andar diciendo por ahí que la cuarta temporada de Stranger Things no es buena. Menos aún si, como vicio de época de Netflix, la última parte de la última temporada todavía no fue estrenada. Sí, en cambio, se puede decir que hay algo muy sutil que sí existía en el inicio de la saga que en esta temporada es solamente expectativa.

La decisión de narrar en tres espacios -y hasta cuatro- y en dos tiempos es, argumentalmente válida, pero estéticamente mal compuesta. Pasos bastante estúpidos de comedia fácil embarran la posibilidad de generar tensión en cada espacio, dejando la solemnidad en un solo lugar y el ingenio de la palabra apenas en un solo personaje.
Innegables algunos destellos. Como si supieran que hay algo que hacer sobrevivir de la materia fragil de aquella primera temporada. Gaten Matarazzo, es decir, Dustin, es el depositario de lo mejor. Joseph Quinn hace una aparición muy digna y que colabora con Dustin en mantenernos en algún lugar conocido. El resto, hace su trabajo y, en general, no decepciona.

Lo que quizás sí lo haga haya sido la apuesta a construir un gran enlace, una búsqueda de un todo al que parece apuntar esta dispersión y que, por ahora, a mediados de la cuarta temporada, parece que no funciona. Veremos. Porque, a pesar de todo, veremos el final en pocos días y habrá más de qué hablar