Hay que decirlo: la cuarta temporada de The Sinner no logra llegar al nivel de sus antecesoras. Es más: podríamos ver cómo, desde la gran primera temporada, ninguna de las siguientes logró ese nivel de tensión cinematográfica otra vez. Lo cual no es para nada un motivo para no verlas. Tampoco la cuarta.
Pero esta nota, más que a hablar de la cuarta temporada, está escrita para subrayar y los puntos por los que, de principio a fin, recomendamos ver The Sinner. El primero es, sin ninguna duda, Bill Pullman. Él, como actor logró una madurez especial construyendo a Harry Ambrose, el detective protagonista de esta serie policial

Harry Ambrose es un detective que no es cualquier detective. Sus principales virtudes son la duda y la empatía -en el más amplio sentido de la palabra-: ante casi cualquier pregunta responde siempre “no sé” o “tal vez”; y en cada charla con cada persona, el otro siempre puede entender que puede decir cualquier cosa. Harry Ambrose es un hombre que oye. Un detective que escucha y que, en esa conjugación con la duda, psicoanalíticamente, se abre el vector hacia el final.
También Harry -Pullman, que es toda la serie- tiene sus razones para usar ambas herramientas en su labor: su propia psiquis está constantemente en juego en cada caso, abierta, como un psicoanalista buscando una transferencia que funcione. Lo que ahonda en lo que hace hincapié esta serie, pero que ya es un estilo de hacer policiales: la psiquis como protagonista.

The Sinner es un canto a la apertura psíquica, a la atención sobre el otro. Una tesis de que la inteligencia se desarrolla mejor fuera de la certeza y aboliendo, por lo tanto, todo prejuicio. Según esta tesis, el otro le sirve la historia a Harry de a poco, con datos íntimos e inconscientes que Harry, a veces hasta con amor, pero en plena transferencia, logra componer en un caleidoscopio perfecto.